jueves, 26 de julio de 2012

La noche encendida

Había un poco de niebla, sin embargo, el frío de julio pareció darse por vencido, dando lugar a un bochorno veraniego, inaudito en invierno.
Él se levantó de la cama, se colocó la toalla en la cintura y fue hacia el baño. A lo lejos podía escucharse el “sucusucusaca” que emitía cada vez que se desperezaba, y el cual era motivo de risa para sus nietos.
El hotel era el mismo de todas las temporadas, solo que esta vez, la ciudad feliz gozaba de su presencia en una época diferente. Julio no había sido nunca un mes de vacaciones para él, pero esta vez, un impulso lo llevó a viajar. Buenos Aires estaba muy cambiada, el aire enrarecido, la gente fuera de sí. La familia lo despidió sin hacerle preguntas. Sabían perfectamente por qué se iba, y a quién esperaba encontrar allí.
Después de darse una ducha, se puso una camisa blanca de manga corta, un pantalón azul pinzado y unos zapatos marrones. Tomó la glostora, que un rato antes había sacado del  bolso, y comenzó a peinar su pelo, para que ni uno solo se rebelara de entre los demás. Unas gotas de Old spice hicieron el resto. Antes de ir a desayunar, agarró el paquete de cigarrillos y lo guardó en el bolsillo de la camisa junto al encendedor. El día sería muy largo, la espera impaciente, y la ansiedad, necesitaría ser saciada con unos cuantos puchos.
Desayunó café y medialunas. Encendió un cigarrillo y se puso a leer el diario. Miró el tiempo venidero y pensó que lo mejor que podría haber hecho, era alejarse de Buenos Aires. Una vez más, entendió que ese, sería el día perfecto.
Cuando se despidió del conserje del hotel, avisó que no llegaría hasta la tarde. No recibiría ninguna llamada, y tampoco a nadie que fuese a buscarlo allí. Entendió que aún le quedaban algunas horas, y pensó que caminar sin rumbo, por el momento, era el mejor plan. La costa lo llevaría, y lo traería de vuelta. Mientras comenzaba su caminata, encendió otro cigarrillo, y otro, y uno más…Pensó en la inmensidad del mar, durante una extensa mirada horizontal, pensó en la felicidad, en la alegría, en todo lo que había vivido, en todo lo que aún le quedaba por vivir; meditó un buen rato sin dejar de mirar las olas que rompían cerca de la rambla y salpicaban sus zapatos recién lustrados.
Sus hermosos ojos grises y su piel tostada, no pasaban desapercibidos por un grupo de jovencitas, que también veían el mar, sin embargo él parecía inmutable, quieto, sereno y a apenas fue capaz de sentir que otras personas rondaban a su alrededor, mirando el mar.
Regresó al hotel después del mediodía, algo extraño, pues su horario de almuerzo era inamovible, por norma general. Almorzó un pebete de jamón y queso y tomó vino con soda.
Durmió la siesta, y al despertar volvió a engominar su pelo, y a ponerse su mejor camisa para pasar la tarde y recibir a la noche. Se sentó en el balcón de su habitación y antes de salir de paseo, se quedó mirando el mar. Sus ojos, no dejaban de sollozar, cada vez más grises, cada vez más hondos. Solo esperaba a que llegara la noche. Esperaba la majestuosidad de las luces encendiendo el cielo. Él la estaba esperando.
Ella se sentía cansada, Buenos Aires estaba fría y desamorada. Pensó entonces que era momento de cambiar de aire.
 Preparó el bolso, se pintó los labios de rojo y salió a la calle. Su pelo negro, largo y hermoso, comenzó a despeinarse con la brisa invernal.  El tren estaba en la estación y ella no podía dejarlo ir. Corrió y llegó exhausta. Aún faltaban 7 horas…
Ella veía como lloraban sus hijos y sus nietos, pero no podía evitar ese viaje. Ya había estado mucho tiempo con ellos, y había visto todo lo que tenía que ver.
Para ellos estaba viejita,  flaca y un poco decrépita.
Para él, era la morocha más linda del mundo, con un cuerpo de infarto y una memoria prodigiosa para recordar cualquier anécdota, recitar, entonar y cantar lo que se le pusiera por delante.
Para ellos, ya casi no podía tenerse en pie, respiraba a duras penas y se asfixiaba en cada suspiro.
Para él, ella corría, bailaba y tenía la fuerza de un roble centenario; su aliento levantaba la gomina más pegajosa, y era capaz de ir y volver a la luna una y mil veces.
Llevaban mucho tiempo separados, pero más enamorados que nunca.
Ellos se despidieron, dejándola ir.
Él la vio bajar del tren, llena de toda su hermosura. La tomó de la mano, y la noche se encendió de pronto.
Se abrazaron muy fuerte. Ella dijo : ¡Viejo! . Él, la miró con sus ojos grises y enrojecidos de emoción; le respondió: ¡Vieja!.
Ella quería divertirse, él quería complacerla. El hotel estaba un poco lejos, pero el camino se hizo corto. Dejaron el bolso en la habitación y él le dijo que pidiera un deseo.
Ella le recordó que hacía mucho tiempo que no jugaba a la ruleta, y el casino estaba cerca.
Vamos viejo??.- Vamos, le dijo él.
Aquella noche, jamás volvería a apagarse.





A mis abuelos.
Gaby- julio 2012

3 comentarios:

  1. Hace poco menos de un mes la vida decidió que 94 años para mi abuela, ya eran suficientes y nos dejó a solas, sin su presencia.
    Hace 20 años, se fue mi abuelo. Ambos amaban Mar del Plata y decidí que era momento de juntarlos , después de tantos años separados, y que mejor manera de hacerlo a través de relato. Allí están, ahí los veo yo cada vez que los recuerdo...

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  2. Noche de miércoles, Pablo escucha y yo leo ésta eterna historia de amor,casi no puedo continuar con tu relato,mis lagrimas ahogan mi voz y entonces me detengo, levanto mi cabeza para disculparme y lo veo, con las manos en su cara sollozando.Ahi comprendo: es magia,nos has trasladado a los dos a Mar del Plata y podemos ver a tus abuelos...GRACIAS POR ESTE HERMOSO VIAJE, te adoro,Vero

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  3. Gracias a ustedes por leerlo y poder meterse en mi relato que con tanto amor les dediqué a mis abuelos (eternamente jóvenes y bellos). Un abrazo grande mi Vero!!

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